Solos.
Nos encontramos tan solos. En la soledad de la miseria.
Insolidarios ante la continuidad de la pandemia.
¡Qué pena! ¡O qué alegría! Dirán unos u otros.
Cada cuál, con mejor o peor ocurrencia.
Que todo o casi todo lo dejemos en manos de la espabilada ciencia.
¿Estaremos perdiendo ya la poca paciencia?
¿Incluso la conciencia?
Tendríamos que ir preguntando a quién de verdad lo supiera:
¿Cuáles están siendo o serán las principales consecuencias?
Aunque en realidad,
no sabemos en qué realidad nos situamos.
¿Abuela, Madre, hija o nuera?
A los otros. Si acaso, los citamos después. O ni eso, siquiera.
Por tanto, seguimos con ellas, una, otra o cualesquiera:
no tiene mayor o menor vergüenza. Ni utiliza salmuera.
Ninguna, aparentemente, con mala o regular,
pero sí notamos algo de modesta apariencia.
¿Y los individuos dónde se encuentran?
Esparcidos o dispersos o extraviados o perdidos. Así que,
¡Dejémosles fuera!
Continuarán sin fuerza ni resistencia.
Tampoco, lo que se está pronunciando en todas las lenguas:
resiliencia.
¡Ah! Lo olvidaba. El otro día.
En una sesión del Congreso de los Diputados.
Se votaron cinco mil trescientas y pico enmiendas.
P.G.E.
¡Vaya, vaya! Menudo teatro o tablao, ni siquiera dan audiencia.
Por lo que, hemos llegado a la mayor de las jodiendas.
¡Perdón! Se han dado cuenta ¿Verdad?
He estado a punto de no mencionar la mierda.
Lo dejo aquí. No quiero llegar tarde.
Me esperan para tomar algo de merienda.
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