Todos
los días tiene una cita con él. Ella, le rodea con sus brazos.
Permanecen muy ensimismados, como si fueran la única pareja que
estuviera en el parque. Pasado un buen rato, ella se despide con un
beso. Él, se queda donde siempre. Me acerco a él y pienso ¡Qué
envidia me das! Cuánto te quiere. A mi, aunque la miro al
cruzarnos por el paseo ni siquiera me ve. Solo tiene ojos para ti.
Antes de marcharme, le arranqué un trozo de su ruda corteza, la que
ella, minutos antes, acarició suavemente. Lo anterior, se convirtió
en una obsesión, una pesadilla que tendré que superar, esté
despierto o durmiendo.
Pasados los meses de verano tuve ocasión de cruzarme con la mujer que no he podido olvidar a pesar del tiempo transcurrido. Llevaba por compañía un perro de un tamaño más bien pequeño. Me hizo gracia como seguía los pasos de su dueña. En su caso yo haría lo mismo, pero sin dejar de mirarla un segundo.
Hasta
se me pasó por la cabeza que, si yo fuera animal, no me importaría
que ella me ordenara cualquier cosa. Voy a perder los nervios como no
me replantee mi comportamiento con una mujer con la que no he
mantenido nunca ni una breve charla. De momento, me conformaré con
verla todos los días cuando pasea. Quizás algún día me atreva a
hacerme el encontradizo para, al menos, darle los buenos días. Si me
responde, lógicamente, oiré su voz. Aunque ello no sea gran cosa,
pero para mí es un detalle muy importante.
Tendré
paciencia, pues a partir de ahora, espero tener la posibilidad de
saber, si vive cerca de mi casa. Confiaré en cupido y si
hace falta le pondré unas velas como se hace con los santos para que
nos traigan buena suerte en asuntos de este tipo.
Madrid, 26.03.2019
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